En el año 1970, el Dr. Ancel Keys de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Minnessota, publicó los resultados de un importante estudio realizado en siete países en el que analizaba el papel de la dieta en la enfermedad cardiovascular, estableciendo las bases de lo que posteriormente sería la Dieta Mediterránea. La investigación se llevó a cabo con más de 12.000 hombres de Finlandia, Grecia, Italia, Japón, Holanda, los Estados Unidos y Yugoslavia. Se encontraron fuertes correlaciones entre la cantidad de grasa saturada y colesterol en la dieta de las personas, los niveles de colesterol en su sangre y su porcentaje de muerte por enfermedad cardiovascular. De estas naciones, los Estados Unidos y Finlandia tenían el consumo más alto de productos animales, el más alto consumo de grasa saturada, el más alto consumo de colesterol y el más alto porcentaje de muerte por enfermedades cardiovasculares. Por el contrario, los países mediterráneos y Japón estaban en el polo opuesto.
Antes de eso, en 1952 e invitado por Carlos Jiménez Díaz, el D. Keys había pasado algún tiempo en Madrid. En aquella ocasión se alojó en la Residencia de Estudiantes y, con algunos colaboradores del primero, entre los que se contaba Grande Covián, desarrolló un primer estudio relacionando la dieta y los valores de colesterol en la sangre. Efectuó un análisis entre los habitantes de Vallecas y Cuatro Caminos, que casi no bebían leche ni consumían carne o mantequilla, y que poseían unos bajísimos valores de colesterol, presentando – además – unas muy bajas incidencias de cardiopatías coronarias. Los habitantes del barrio de Salamanca, sin embargo, con una dieta mucho más rica en grasas saturadas tenían valores de colesterol mucho más altos. Y entre ellos, los casos de infarto de miocardio eran mucho más frecuentes. En Nápoles llevó a cabo observaciones con similares resultados.
Volviendo al que luego sería universalmente conocido como el "Estudio de los Siete Países", uno de los descubrimientos de más impacto de dicho estudio y que serviría para dar nombre a la Dieta Mediterranea, fue que los habitantes de Creta, que obtenían más del 40% de sus calorías del consumo de grasas, presentaban el más bajo índice de colesterol y enfermedades asociadas (en la isla griega, se encontró un porcentaje de muertes por este motivo con respecto a la población 57 veces menor que en Finlandia). La mayor parte de esta grasa procedía del consumo de aceite de oliva y de aceitunas y, el resto, de cereales, verduras y pescado generalmente azul, con algo de carne. Además, bebían vino todos los días.
Con respecto al Japón, el segundo país con más bajo índice de muertes por enfermedades cardiovasculares, en gran parte debido a una dieta con grandes cantidades de pescado, se observó que como aspecto negativo presentaba un elevado índice de muertes por hemorragia cerebral. El mismo fenómeno se observó entre otros grupos étnicos, como los esquimales. Posteriormente, en Japón, al diversificarse más la dieta, se ha observado una disminución del porcentaje de muertes por este motivo.
La organización Oldways, la Harvard School of Public Health y la Organización Mundial de la Salud (World Health Organization) introdujeron el concepto de Dieta Mediterránea (Mediterranean Diet) in 1993, en una conferencia in Cambridge, Massachusetts. En estos momentos, la Dieta Mediterránea es mundialmente conocida.
Más recientemente se está analizando la posibilidad de que exista una correlación entre dietas con muy bajo porcentaje en grasas y ciertos tipos de cáncer, así como con la enfermedad de Alzheimer.
No tengamos miedo, pues, a una dieta variada y mucho menos al jamón ibérico, que contiene una gran proporción de ácidos grasos monoinsaturados.
La dieta mediterránea, con su diversidad y composición, constituye el equilibrio perfecto para disminuir ambos riesgos contrapuestos. No obstante, hemos de saber que la auténtica, la genuina dieta mediterránea es la que se descubrió en Creta y, aunque las de muchas regiones de España eran entonces extraordinariamente similares, aquí no se hizo estudio. Fundamentalmente, se basaba en que:
© El 60%, o sea, más de la mitad de lo que comemos al día debe corresponder a alimentos del grupo de los hidratos de carbono fundamentalmente complejos, como los cereales (pan, arroz, pastas), raíces y tubérculos (patatas) o leguminosas (garbanzos, judías, etc.).
© El 15% a verduras y frutas, tanto frescas como cocinadas.
© Otro 15% se completa con carnes y pescados (preferentemente más pescado que carne), que nos aportan proteínas.
© Por último, el 10% corresponde a alimentos fundamentalmente grasos (aquí entra el aceite de oliva). También son necesarios porque son muy energéticos y contienen vitaminas y ácidos grasos esenciales para nuestro organismo. A pesar de que la proporción parezca pequeña, el aporte de calorías puede subir mucho más, ya que 1 gr. de grasa contiene 9 Kcal., mientras que 1 de proteína o de hidrato de carbono posee 4.
¡Y cómo no!, un vasito de tinto acompañando a las comidas en las que nos apetezca hacerlo. Es la alegría de la Dieta Mediterranea.
Me gusta mucho los alimentos con antioxidantes, aminoàcidos, etc., copa de vino antes de dormir, etc., para por multiactivación celular extender la vida por décadas, etc. como lo està haciendo toda la humanidad. Felicitaciones por sus labores. Sra. Johana. Gracias.
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